¿Por qué a mí? ¿Y por qué no?

Marcelo Mosenson
4 min readDec 16, 2019

“¿Por qué a mí?” ¿Y qué sugieren quienes se lo preguntan, que propongamos, acaso, otros nombres en lugar del de ellos? ¿Que les pasemos los e-mails de otras personas susceptibles de ser victimizadas?

¿Y por qué insisten en contar sus penas a todo el mundo? Si al ochenta por ciento no le importa, mientras que el veinte restante lo disfruta.

Las quejas, propias y ajenas, están al orden del día. Amplificadas por los medios de comunicación y las redes sociales, convertidas en mares de palabras que contaminan nuestro entusiasmo a fuerza del goce provocado por nuestra compulsiva autocompasión.

En el mercado de las víctimas dentro del cual todos participamos, luchamos por ser escuchados y legitimados en nuestro dolor. Competimos por ser oídos y comprendidos. En lugar de aceptar y seguir adelante, hacia lo más alto, ya que en lo bajo, la mediocridad está sobrepoblada.

Las excusas no cotizan en la bolsa de valores, los resultados sí.

Nada más patético e improductivo que la solidaridad constituida sólo por la lástima y la pena. En lugar de regodearnos con el sufrimiento y el dolor provocado tanto por nuestras propias historias y las ajenas, nos resistimos a evaluar el futuro, comprometiéndonos a hacer algo al respecto.

¿Es duro? Sí, por supuesto que lo es. ¡No hay vidas blandas! De poco vale disfrazarnos de palabras bonitas y huecas como que todo lo que nos ocurre es por algo, y que basta con cambiar la mirada por una más positiva. Por el contrario, se trata de aceptar el absurdo de la fatalidad, la injusticia y el azar. Pero quienes tengamos hambre de superación estamos dispuestos a hacer cosas que otros no, con el propósito de tener mañana lo que aquellos otros jamás tendrán.

Porque no se tiene lo que se quiere, sino que se obtiene lo que uno es. Odiamos ciertos clichés, sencillamente porque sus inherentes verdades pueden resultar perturbadoras como incuestionables. Hay que estar dispuesto a darlo todo, es uno de ellos. Y si no, no te quejes.

Los diagnósticos generan prescripciones que se tornan proscriptivas del desarrollo de nuestros propios sueños. En otras palabras, nuestra impotencia es consecuencia de las propias afirmaciones tautológicas del tipo: “No puedo porque como verás, no estoy pudiendo”. “Jodete, entonces”, pienso para mis adentros. Querer no es poder. Primero podé, y recién después fíjate si querés. ¿Cómo vas a saber si realmente querés algo, o estás dispuesto a hacerlo, antes de haberlo intentado hasta sus últimas consecuencias? ¿Cómo sabés si podés si ni siquiera lo intestaste? ¿Cómo no vas a estar aterrado si insistís en esquivar al miedo en lugar de enfrentarlo?

Pareciera ser que muchos sienten que están haciendo algo acerca de sus problemas por el mero hecho de protestar. Olvidando o más bien negando, y digo esto aún a riesgo de ser tildado de derecha por ciertos personajes “progres” que, las circunstancias no nos determinan. No somos nuestras historias, tampoco somos nuestras circunstancias, aunque muchas veces ellas reflejen de forma siniestra quienes fuimos siendo hasta ahora. En todo caso, somos lo que elegimos, pero siempre estamos a tiempo de elegir distinto, aunque esto implique romper, padecer, y esforzarse al límite. Cualquiera que haya practicado yoga o practicado un deporte lo sabe. Siempre se puede estirar e intentarlo un poco más.

Bronnie Ware pasó años trabajando en cuidados paliativos, atendiendo a pacientes terminales en sus últimas 12 semanas de vida. Le impactó tanto que decidió contar su experiencia. La primer queja es: “Ojalá hubiera vivido a mi manera.”

Muchos se quejaban de no haber tenido el coraje de vivir una vida fiel a sí mismos, sino a lo que los demás esperaban de ellos. “Cuando se dan cuenta que su vida está a punto de terminar y miran hacia atrás, es fácil ver cuántos sueños se han quedado en el camino. La mayoría no había cumplido aún ni la mitad de sus sueños y tenía que morir sabiendo que era debido a las decisiones que habían tomado”.

La vida es demasiado corta como para vivirla de manera segura. Además, es altamente impredecible. Muchos de nosotros hemos perdido o conocido a algún ser querido que murió antes que sus propios padres, o bien sufrió alguna secuela física irreversible. La seguridad es una quimera. No hay manera de salir vivo de esta vida. Es definitivamente imposible. Más vale entonces, vivirla en los campos de batalla que escondidos detrás de una trinchera.

Nacer es absurdo, morir aún más. Pero en el medio todo tiene sentido… o no. Depende de nosotros.

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