La locura de la vida cotidiana

Marcelo Mosenson
4 min readDec 16, 2019

Nuestras vidas parecieran debatirse constantemente entre la improvisación y la planificación. Intentamos construir y controlar un futuro incierto, mientras que nuestras respectivas historias se construyen necesariamente hacia atrás, otorgándole un sentido a partir de los retazos de nuestra memoria selectiva.

La incapacidad de planificar provoca una anarquía en nuestras existencias. Sin embargo, la improvisación nos permite acceder a lugares y estados que jamás hubiésemos imaginado que existiesen en nosotros mismos.

Pero la disyuntiva entre el libre albedrío y la imposición de reglas, metas y caminos generan una constante tensión sin solución definitiva. Hay quienes hacen apología de la improvisación mientras que otros viven planificando. Por último, están quienes creen en la ilusión del equilibrio y el término medio entre ambas posturas.

¿Pero qué hacer frente a una lista preparada con antelación para comprar en el supermercado mientras que al ser nuestros recursos de tiempo, espacio y dinero limitados nos vemos tentados por comprar algo que no habíamos anticipado y así, estamos confrontados a elegir entre nuestra lista y lo novedoso?

Son estas constantes decisiones de la vida cotidiana las que nos ponen de manifiesto quiénes somos, quiénes creemos ser y quiénes vamos siendo a cada instante. La dificultad de estos momentos nos pueden llevar a una locura momentánea en donde percibimos en apenas un instante que hay miles de posibilidades. Pero debemos elegir, no hay escapatoria. Siempre lo hacemos. Y al hacerlo, aún tratándose de la “mejor elección”, esto implica perder y desechar lo que optamos hacer a un lado.

Domesticar nuestros impulsos es siempre saludable si, por ejemplo, debemos elegir entre un buen vino o proveernos de papel higiénico. Pero entre comprar unos buenos quesos y ciertos artículos de limpieza la ecuación puede no ser tan evidente.

¿Acaso hay algo más odioso que comprar artículos de limpieza aún cuando valoremos la limpieza de nuestros hogares?

Las vidas ordenadas y planificadas no ordenan el caos, tan sólo lo silencian. Mientras que las vidas improvisadas pagan un alto precio por su espontaneidad. Aunque la improvisación tenga como ventaja el sumar siempre un “si y además” a todo lo que se nos presenta, mientras que lo planificado está constituido de un “si pero” o sencillamente de una cadena de “noes” para todo lo que se salga de su normativa.

La ventaja de hacer las compras mediante una lista previamente confeccionada tiene la enorme ventaja de no sólo de prevenirnos de cualquier olvido involuntario, sino de evitar el desgaste que implica toda elección. Pero aún así, todos podemos ser víctimas de una rebeldía inesperada que, frente a la tentación de lo desconocido, de un nuevo producto o de un mero antojo nos haga descubrir que todas nuestras compras anteriores respondían a un dogma, más que a una verdadera elección.

No puedo olvidar la conversación que supe tener con un amigo mío ya entrado en sus cuarenta años quien me confesó, con un dejo tristeza, sólo imperceptible para quien no comprendiera las implicancias existenciales de sus dichos, que hacía muy poco que había comprobado que su gusto de helado preferido no era, como él había supuesto, el del dulce de leche. Décadas enteras había creído que ese era su gusto preferido. Pero un día, por razones que el mismo desconoce, algo en él le hizo elegir otro sabor. Inmediatamente, su mundo de dulce de leche se le vino abajo.

Por supuesto que uno podría pensar que la situación no fue tan grave ya que cuando estuvo dispuesto a cambiar de elección lo pudo hacer sin mayores inconvenientes. Pero algo en su tristeza me hizo pensar que ella era producto del arrepentimiento. Fueron quizá más de treinta años de su vida en los cuales tuvo la oportunidad de elegir distinto y no lo hizo. Ya no habría tiempo de recuperar todos los helados de otros gustos perdidos bajo la supuesta superioridad de su dulce de leche.

Muchos nos arrepentimos constantemente. Otros eligen no arrepentirse de nada argumentando que dada las circunstancias no podrían haber elegido distinto. Lo cual, evidentemente, no se sostiene. Basta con entrar a una heladería y ser abordados por quien sirve el helado mediante un “¿Qué gusto desea?” como para desechar cualquier idea de imposición.

El arrepentimiento es un dolor saludable, del mismo modo que el dolor corporal nos previene de algo que debemos corregir o sanar. Porque sin arrepentimiento, difícilmente se produzcan ciertos cambios fundamentales en nuestras vidas como para evitar nuevas repeticiones. Lo cual no es garantía que a la hora de hacer las compras nos veamos sofocados por el peso de una nueva elección.

Quizá haya días en los cuales en donde comprarse un buen vino en lugar de un paquete de rollos de papel higiénico sea la única elección posible, aún a riesgo de arrepentirnos ni bien la hayamos bebido para, luego, recordar nuestra buena o mala elección, a la hora de ir al baño.

--

--