Incomprensión de la vida cotidiana

Marcelo Mosenson
4 min readDec 16, 2019

Hay cuestiones que no logro explicarme. ¿Por qué será que cuando pedimos un café éste viene en pocillo sobre un platito, mientras que de pedir uno en jarrito o en vaso, el platito desparece automáticamente? Finalmente, de pedir uno doble, la tasa dobla su tamaño al igual que el platito sobre el que se apoya la misma.

Tampoco comprendo del todo la existencia de aquellas servilletas de papel blanco que se retiran de pequeños contenedores rectangulares, por lo general de metal, de los que suelen encontrarse en bares, pizzerías, locales de panchos y hamburguesas, entre otros. Este tipo de servilletas son tan impermeables que usarlas sólo profundizan el problema. Sin embargo, se utilizan desde que yo tengo memoria. La decepción que produce intentar limpiarse los restos de aceite de una mozzarella con una o miles de ellas es probablemente similar al de un sediento al que se le seduce con un vaso de agua de mar.

No logro entender la insistencia en sonreír de manera forzada bajo la exigencia de quien nos toma una foto provocando, así, imágenes que nadie se atrevería a mostrar con orgullo. ¿Acaso la sonrisa es el ideal al que debemos aspirar independientemente de la inautenticidad del gesto? ¿Cuándo y cómo se universalizó el ideal sonriente de las tomas fotográficas?

Algo de ese orden también sucede con el cantar el cumple años feliz. Solemos cantarlo y padecerlo cuando cumplimos años, en un ritual que pocos parecen disfrutar y que a pesar de todo insistimos en hacer a base de cánticos forzados como desafinados frente a los cuales todos esperan concluirlo de la manera lo más rápida posible. Nadie nunca jamás se instala en el tema como suele suceder, por el contrario, cuando se goza del cantar de manera catártica como placentera.

Cabe preguntarse también, si el envoltorio de los regalos que obsequiamos y recibimos tiene que ver con postergar y acrecentar el efecto sorpresa de los presentes, o bien, tan sólo se trata de esconder la banalidad de lo que se ofrece.

En cuanto a besar y abrazar al que sopló las velitas es una emoción que sólo me provoca interrogantes. ¿Por qué lo hacemos? ¿Desde cuándo besamos al cumpleañero? ¿Cómo surgió esta forma de festejo?

Ningún adulto pareciera disfrutar particularmente de soplar las velitas, pero de uno resistirse a ello jamás habrá de faltar quien insista con cumplir con el ritual.

También me llama poderosamente la atención que luego de la larga conquista que ha implicado lograr una escolaridad mixta, mujeres heterosexuales y adultas prefieran festejar su cumpleaños entre ellas, a diferencia de los hombres para quienes un festejo sin mujeres es, justamente, lo contrario a uno.

En otro orden de cosas, nunca he logrado comprender la existencia de los bolsillos decorativos de ciertas remeras y camisas masculinas. Evidentemente, no tienen ningún uso práctico, sin embargo, en términos meramente estéticos tampoco parecieran sumar, incluso me atrevería a afirmar que rompen con cierta armonía visual. Más intrigante aún es el hecho que los bolsillos en camisas y remeras sean prácticamente monopolio de la vestimenta masculina. ¿Cuál será entonces la relación uso del bolsillo por sobre la cintura y el género? Porque evidentemente, el bolsillo en los pantalones existen para ambos sexos.

En cuanto a la estrategia de marketing universal que consiste en inclinar levemente la cabeza hacia uno de los lados cuando se pide limosna me hace cuestionar si a fuerza de ensayo y error es que se ha comprobado que la facturación resulta más efectiva de ese modo, en lugar de una cabeza erguida. Como si mostrarse débil, indigno y humillado habrían de provocar una mayor generosidad en quien pasa al lado del mendigante.

También me ha llamado poderosamente la atención la relación existente en distintos países e idiomas del uso de las eses pronunciadas como zetas suaves por parte de los hombres más afeminados cuando, por cierto, las mujeres no suelen hacerlo. Sin embargo, pareciera existir una suerte de acuerdo tácito entre ciertos hombres poco viriles de todo el mundo en pronunciar las eses de manera ceceosa.

Por último, también tengo dificultad en comprender a quienes afirman la existencia de Dios sin plantearse quien pudo haberlo creado a él. Del mismo modo que tampoco entiendo a quienes niegan su existencia y no se sorprendan que la nada no existe, y que de lo inanimado surjan seres vivos capaces de morir por amor.

Pienso en estos interrogantes mientras escribo en un bar de la ciudad de Buenos Aires, junto a un café en jarrito que carece de platito y unas servilletas de papel más impermeables que absorbentes. Seguramente, no haré uso de ellas de mancharme. A la vez que compruebo nuevamente mi ilimitada incapacidad para entender la vida.

--

--